“Intento penetrar en la escritura,
descubrir al autor… y que sus palabras calen en mí, dejarme conocer por todos a
la vez: autor, personajes, palabras, silencios...”
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Fotografía cedida por Marc Martínez |
Marc, no siempre se tiene la oportunidad de hablar con un actor y
director de teatro sobre lectura y palabras. Por eso ésta es una ocasión
especial, puesto que el próximo 22 de mayo subirás al escenario del Auditorio
del CaixaForum de Barcelona para compartir una lectura en voz alta con el
público asistente a la 6ª edición del Festival Tiflollibre.
Sabemos que “El Principito” sigue siendo uno de tus libros de
cabecera. Un clásico. Dinos, ¿qué es la lectura para ti? ¿Cómo te acercas a ella? ¿Qué te
ofrece?
MARC:
Qué maravilla leer, ¿verdad?
Pero la lectura forma parte de mis trabajos (hoy en
día tenemos que hacer tantos… para salir adelante): actor, director, adaptador,
profesor… por lo que podríamos decir que peco bastante de “en casa del herrero…”.
Nosotros nos pasamos el día
leyendo cosas.
Y lo que es peor, releyéndolas hasta la saciedad. Infinidad de escritos, desde
los maravillosos monólogos de los grandes autores… a los diálogos, a menudo imposibles,
de las series de televisión. El hecho de tener que memorizar un texto puede
convertir según qué lectura en un ejercicio insoportable... pero necesario.
De vez en cuando, sin embargo, y
de una manera compulsiva, me sumerjo en la inmensidad de algunas lecturas; y
digo algunas porque cuando lo hago tengo siempre cuatro o cinco libros en
danza. Es decir, que soy actor y lector por obligación, pero esporádicamente me
pierdo durante horas… ¡incluso días!, en el oasis que me proporciona la lectura
apasionada de un buen libro.
Yo no me acerco a los libros, ¡los
libros me rodean!, comparten mi casa conmigo. Suelo leer las reseñas en la
prensa o en Internet, es algo que siempre me ha gustado, como el que lee la
crítica de una peli o de una obra de teatro. De hecho, creo que las de libros
son más fiables ya que el soporte es parecido. Sin embargo, juzgar un grupo de
rock o un número de payasos, en cuatro líneas, con cuatro adjetivos resultones me
parece, cuanto menos, complicado; diría más, puede llegar a ser aberrante.
Hasta hace poco me costaba bastante
engancharme a la ficción; tiraba más de poesía, ensayo, novela histórica, literatura
sobre técnicas, ciencia o investigación… pero últimamente estoy leyendo más esas
vidas inventadas de otros, con personajes, tramas interminables, emociones a
flor de piel y todo eso… ¡ Oh, la ficción! Será porque trabajo menos de actor. (Risa de Marc)
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Fotografía cedida por Marc Martínez |
Hablando un poco más acerca del lenguaje y de tu oficio, ¿cómo te
enfrentas a los textos, cómo los moldeas y los haces tuyos? Háblanos de tu
proceso creativo.
MARC:
En este momento, debido a mi
faceta como profesor de interpretación, estoy leyendo mucho acerca de los
diferentes procedimientos a la hora de abordar un texto. Hay infinidad de métodos
de actuación… ¡pero todo el mundo sigue empeñado en inventar el suyo! De
momento, me conformo con intentar entender cómo llega, cada uno de ellos, siendo
tan diferentes, a sitios tan parecidos.
Cuando trabajo un texto, un guión, una simple separata para un anuncio o un casting, procuro
no enfrentarme a él. Simplemente, lo
leo… y releo. Intento penetrar en la escritura, descubrir al autor… y que sus
palabras calen en mí, dejarme conocer por todos a la vez: autor, personajes,
palabras, silencios... Es la primera fase del proceso. Me pierdo en las
profundidades de lo escrito con el propósito de hacer el camino inverso que
hizo en su día su autor al concebirlo. Me pongo las gafas de buceo, me libero
de mi razón facilitadora y de mi paternalista conciencia… y me tiro a la
piscina, mejor dicho, me tiro de cabeza en alta mar y desciendo… para ir
descubriendo todas esas cosas que me ayudan a interpretar y que empiezan con la
letra “i”: inconsciencia, impulso,
intuición, imaginación…
Más tarde, ampliados así, y para
cada caso, los límites de mi capacidad creativa, permito que entre en acción la
cabeza pensante, la que ordena, abrillanta, matiza y da esplendor al trabajo
final. Es el momento del análisis, de las reflexiones, de las búsquedas en Internet…
pero procuro no dejar que esto suceda antes de ese primer baño o bautizo de
libertad absoluta que constituye el primer contacto con el material.
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Fotografía cedida por Marc Martínez |
En los años 2001-04 desarrollaste con PLATEA SOCIAL un ciclo de
lecturas dramatizadas llamado “¿A estas alturas… Lecturas?”. Y a mi no se me ocurre mejor título puesto que
la lectura en voz alta no es muy común en nuestro país. ¿Qué descubriste en ese
proyecto?
MARC:
Nos pasamos tres años ¡leyendo
teatro! Fueron cerca de treinta experiencias alrededor de las lecturas
dramatizadas y sus diferentes modalidades; pero, sobre todo, destacaría que fue
una experiencia absolutamente enriquecedora porque permitió que actores de procedencias
y estilos muy diversos se juntasen por primera vez en un ciclo abierto para
leer teatro, sin más pretensión que esa, para dar salida a nuevos textos, para
desempolvar joyas que no habían sido jamás leídas, o para levantar proyectos
–algunos de los cuales incluso luego llegaron a materializarse encima de un
escenario como verdaderos montajes teatrales– poniendo voz a historias que
necesitan ser vistas en voz alta para
mostrarse en toda su plenitud y reivindicarse dramáticamente… como teatro que
son.
Es muy difícil leer teatro
sentado en el sofá, siempre se ha dicho; y además, creo que es cierto. De la
misma manera que se ha dicho muy poco que es una delicia asistir a la lectura
de una obra de teatro, más o menos dramatizada, y escuchar como nace y se defiende
cada personaje, como la voz los va modelando y definiendo, como toman vida ante
nuestros ojos. A diferencia de la novela, el teatro, no es que lo necesite, sino
que pide a gritos algún modo de representación.
He asistido a algunas lecturas
de fragmentos de novelas, y han sido siempre veladas… excesivamente densas. Creo
que la novela está escrita para ser leída, así de sencillo, y ese es
precisamente su objetivo, en la intimidad del tú a tú, en la cama o el tren, y
que gana en la distancia corta, en modo silencio, cuando sintoniza con la
velocidad de cada uno de los pensamientos… Todo lo contrario que el teatro, que
adquiere sentido en el preciso instante en que las palabras del autor salen de
la boca del actor… y el público las recibe, todos a una, en ese preciso
momento, en vivo y en directo, convirtiéndolo en una experiencia colectiva, y,
por lo tanto, SOCIAL.
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Fotografía cedida por Marc Martínez |
Dame 2 razones fundamentales por las que se debería apoyar la lectura
en voz alta.
MARC:
1. Porque la voz es un
instrumento único y muy complejo, y sus posibilidades son infinitas, por lo que
multiplica caleidoscópicamente el poder de la palabra escrita. Hay arquitectura
en la voz, es tridimensional. En el momento en que oímos, activamos otras zonas
de nuestro cerebro que conectan directamente con las emociones y con los
sentidos, porque la voz es música. Cuando leemos también nos emocionamos, pero
el proceso es eminentemente racional ya que la comprensión lectora se produce
en el hemisferio izquierdo y ya sabemos quién manda allí.
En voz alta, y clara, porque así
es como más y mejor comunicamos. No sirven ni el susurro, que puede llevar a
malentendidos o a medias interpretaciones, ni el grito, que distorsiona y
deforma lo dicho. Podemos hacer entender nuestro mensaje o nuestra historia
mucho mejor si la leemos en voz alta porque la compartimos, porque estamos
abriendo la experiencia y permitimos que intervengan en el proceso otros
factores, otros actores, que, sin lugar a dudas, la enriquecen. Promovemos el
análisis, el debate y el diálogo, si leemos en voz alta.
2. Porque leyendo en voz alta
aprendemos a escuchar. Da igual que seamos lectores u oyentes, el ejercicio es
obligado. La lectura en voz alta exige un elevado nivel de atención en el que se
escucha, pero a su vez facilita la comprensión de lo que leemos u oímos por la
propia plasticidad de la voz, por su cualidad, sus silencios, o el ritmo que utilicemos.
Algo que, en la lectura individual, la que se hace en silencio –no sabría cómo
llamarla–, se pierde. Aunque considero que, de la misma manera, la lectura callada es importantísima y desarrolla aspectos como la imaginación, la
abstracción, la lógica, la concentración… indispensables per la posterior lectura
en voz alta. Es decir, una como antesala de la otra, como preparación.
La lectura en voz alta, cuando
uno está solo, ya es importante y como he dicho anteriormente tiene notables beneficios para la salud, pero si además
tenemos la oportunidad de practicarla en grupo, en público… adquiere entonces una
dimensión colectiva, casi litúrgica, que la aproxima indiscutiblemente a la
representación teatral.
No he desaprovechado en mi vida
ni una sola ocasión de hacerlo, y creo que una de las primeras veces fue cuando,
a los nueve años, el cura que nos enseñaba catecismo preguntó quién de nosotros
–éramos quinze o veinte– quería leer unos fragmentos de la Biblia en la Iglesia
del Carmen, en el barrio del Raval, el día de nuestra Primera Comunión.
Evidentemente, ¡no falté a esa primera cita con la lectura en voz alta! Ese día
leí como los ángeles. Todavía lo recuerdo como uno de los días más especiales
de mi vida. Y ¡qué bien sonaba aquella iglesia, qué acústica!
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Fotografía cedida por Marc Martínez |
Tal vez muchos no sepan que vienes dedicándote a la docencia desde
hace mucho. ¿Qué te llevó a querer pisar ese terreno?
MARC:
¡Lo he hecho siempre!, desde el
primer día. Tengo la imperiosa necesidad de querer compartir siempre cualquier
cosa que aprendo. Pero no sé si es una virtud o un defecto. Podría decirte que
todo empezó una mañana lluviosa en el Milà i Fontanals, cuando hacía COU;
nuestro profe de teatro, Ignasi Roda, se ausentó durante un tiempo y nos
quedábamos sin jefe y, por lo tanto, sin teatro. ¡Talia, eso no puede ser de ninguna de las maneras! Y se me ocurrió ofrecerme como… digamos, coordinador de la compañía.
Mis colegas aceptaron la propuesta y seguimos para bingo. A partir de ahí, no
me limité a actuar sino a ejercer, poco a poco, y hasta el día de hoy, de
observador, facilitador y moderador del trabajo escénico del grupo; llámale, a dirigir.
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Fotografía cedida por Marc Martínez |
Debería confesar también que,
cuando tenia nueve o diez años, a la salida del cole, por la tarde, cuando se
decide qué hacemos, dónde vamos, a qué jugamos hoy… yo intentaba convencer a
unos cuantos de que la mejor opción era, sin duda alguna, subir a mi casa
–vivíamos en un ático minúsculo pero con una terraza enooorme!– y, con la
excusa de una buena merienda –pan con mantequilla y colacao–, sentarnos
alrededor de la mesa y ponernos a jugar a profes. No a hacer los deberes, no. Yo hacía de profe y ellos de mis
alumnos. Sí, era muy repelente, pero creo que es mi verdadera vocación. Me
encantaba compartir lo recién aprendido… y, además, mataba dos pájaros de un
tiro porque ¡estaba representando un papel!
¿Cómo se viven los textos desde el otro lado del escenario y de la
pantalla, desde la postura del que entrena, del que enseña?
MARC:
Es una ¡muy
buena pregunta! No me suelen hacer preguntas tan interesantes, los periodistas.
Bueno, últimamente, no me suelen preguntar nada, la verdad. (Risa de Marc)
Se viven de manera muy diferente, porque, en primer lugar, nosotros, los
directores, o los profesores, lo hacemos desde fuera, siempre hay una
distancia, desde el principio, desde la primera lectura al día del estreno; y
sabemos que en ningún momento vamos a pasar esa raya, a estar dentro, viviéndolo,
sintiéndolo como ellos. El proceso, en nuestro caso, es mucho más racional,
analítico y externo –a pesar de que yo, de quien más me fío, es de mi
inconsciente, y de mis intuiciones y mis sueños–, pero ese estar fuera, o
abajo, te da una especie de… relax, y también, ¿por qué negarlo?, es un
salvoconducto que te permite transitar de arriba abajo y de fuera adentro. El
director puede actuarte una muerte ¡en un segundo!, o disertar sobre el alma ¡un
día entero!... pero luego se sienta otra vez en platea. Es un instante de
riesgo; ¡el actor vive en la cuerda floja!
Estas son algunas de las ventajas del demiurgo. Que, de todas formas, sirven, más que nada, para compensar la envida
sana que te genera ver a los actores siendo. Se suele decir: “¡Claro, desde fuera, es muy fácil!”, y no es cierto,
porque es muy complicado estar en ese extraño lugar, pero la sensación que se
tiene desde el escenario es esa. Y yo tengo un tremendo respeto por el trabajo
de los actores; de los buenos actores.
El buen actor
debe realizar un trabajo muy complejo, y lo hace con su voz, con sus gestos, a
través de sus emociones, que aunque no sean reales deben parecerlo… por eso su naturaleza es tan delicada y
extremadamente vulnerable.
Explícanos tu proyecto más inmediato.
MARC:
MAL MARTÍNEZ: Quiero salir a
escena solo, ese es mi reto. Seguramente lo haga acompañado de mi guitarra
cadete y de mis recuerdos, pero proyectando hacia el futuro un montón de cosas
que llevo dentro. Son las mismas cosas que cuento en las cenas de amigos, en
clase, o cuando dirijo, cuando escribo, o cuando te enredo… pero, por primera
vez, tengo la necesidad de hacerlo solo y en el escenario. Me interesa el
teatro como herramienta de transformación social, y cada vez menos como un mero
entretenimiento, pero sobre todo me fascina cuando se hacen las dos cosas a la
vez.
Estamos en fase preparación, de
preproducción, como decimos nosotros, pero seguramente en medio año se podrá
empezar a ver algo por algún escenario de mala
muerte. Intentaré encontrar aforos mínimos, muy reducidos, y poner las entradas
muy baratas, regaladas, si puede ser; ¡es la única manera de triunfar que nos
queda en el teatro!
¡Una entrevista fantástica! Esperamos que el lector la disfrute tanto como nosotros.
Marc, muchas gracias por sumar tu talento a Tiflollibre 2014. ¡Éxitos, y muchos, MAL MARTÍNEZ!